¡Hola de nuevo después de más de un año queridos eurolectores! Se me hace muy raro volver a dirigirme a vosotros después de tanto tiempo…
Pero bueno, hace un tiempo que decidí cuál iba a ser el tema que trataría a mi vuelta, no podía ser otro que el impactante cambio que está sufriendo el certamen con el triunfo, contra todo pronóstico en el sentido que si nos lo dicen en 2016 nos echamos a reír, del maltratado país de Portugal y la lección que dio Salvador Sobral a propios y extraños en el mes de mayo. Por lo que una vez seleccionado el asunto en cuestión, ahora mismo me relajaré y dejaré mi mente en blanco y que las palabras me lleven a buen puerto… ¡Qué comience el espectáculo!
Salvador es el salvador. Hasta ahí estamos de acuerdo. Al menos en lo que se refiere en sacar a su país del ostracismo eurovisivo en el que llevaban desde que debutaron en 1964. Recordemos que su mejor posición era un 6º lugar en 1996 con O meu coraçao no tem cor, si no tenemos en cuenta la clasificación de Vania Fernandes en 2008 con Senhora do mar, que quedó 2º en la semifinal. Con el nuevo sistema de votación instaurado en 2016 batió el record de puntos que existe hasta la fecha, os recuerdo que fueron 753 más que España y Manel Navarro… Aunque también lo habría conseguido con el antiguo modelo de votación porque jurados y televoto cayeron rendidos a los pies de la propuesta lusa de 2017, que fue capaz de demostrar que un país puede ser fiel a su estilo y enamorar a los europeos como no lo había hecho antes. Aunque sinceramente mi alma supersticiosa y cristiana me hace creer que quién le dio el premio fue la virgen de Fátima el día que transmitió a los tres niños pastores sus misterios… No sé si lo sabéis, pero el día 13 de mayo de 2017 se cumplían 100 años justos, ¡sí!, el centenario, de dicha aparición mariana. Y justo hasta ese día tuvo que esperar Portugal 53 años para ganar en certamen musical… ¿No creéis que es bastante curioso? ¡Lo que me gusta una anécdota para los libros recopilatorios de la historia del concurso! Me siento un poco Pitita Ridruejo en las excursiones a El Escorial.
El caso es que con o sin ayuda del santoral. El débil y delicado Salvador se dedicó a hacer música con el alma y a cantar con el corazón, que por muy debilitado que estuviera transmitía una magia indescriptible. Nos enseñó que no solo era capaz de amar por los dos, sino por todos y cada uno de los millones de espectadores que sintieron que el tiempo se paró durante los 3 minutos de su actuación. Y ante todo sentenció que “la música no son fuegos artificiales, la música son sentimientos”.
Pero ahí es donde llega mi discrepancia con el sobrado señor Sobral. Cuando algo es bueno o uno es bueno en algo, ha de ser también elegante a la hora de presumir de ello. Con esto quiero decir que era totalmente innecesario el discursito que se marcó vapuleando a muchos de los competidores o propuestas participantes que competían contra él y la suya. Me da exactamente igual si iba medicado hasta las trancas debido a su enfermedad (solo hay que ver sus expresiones durante las votaciones) o si se cree superior al resto por hacer sonar una trompeta ficticia con las manos durante el puente de su canción, como hizo durante uno de los ensayos generales de la final. Si vas a dar un discurso, que sea constructivo, no destructivo, que sea para tender puentes como decía el lema austriaco, no excluyente y para dinamitarlos. Tenemos grandes ejemplos, pero el más claro de todos es el que hizo la Diva Conchita en Copenhague para recordarnos que somos imparables. Así que la victoria del salvador se vio empañada mínimamente por unas palabras inoportunas, y que en mi opinión fueron bastante desacertadas…
… Ya que en Eurovision cabe todo, la música es música, universal, variada y existe tanta como gustos y personas. Si los eurofans debemos de estar siempre diciéndonos entre nosotros que debemos respetar los gustos unos de los otros, que podemos dialogar sin catalogar de mierda la canción que le gusta al de enfrente pero que odia el otro, y que no es necesario tirar por tierra las preferencias de los demás para remarcar que las nuestras son las mejores. Es justo que se le solicite al ganador del último festival que practique también este ejercicio de tolerancia y respeto. Por lo tanto, invito al señor Sobral, que no tiene nada de eurofan y siento sinceramente que el concurso se la bufa, a que haga ese entrenamiento que tanto nos cuesta poner en práctica a nosotros y que parece que a él también y abra su prisma de visión porque no todo es blanco o negro. Existe un gran abanico de grises para que cada uno elija el que más le interese, o más le apetezca dependiendo del día.
Sabéis que soy baladista, amante de lo clásico y porque no decirlo, hasta un poco rancio. Pero sobre todo lo que soy es amplio de miras y variado en mis gustos musicales, de hecho por eso mismo amo Eurovision. Así que ahora grito desde aquí que:
- ¡Vivan los fuegos artificiales! Porque a veces iluminan cosas que no se ven con claridad y dan color y calor a la vida.
- ¡Vivan las puestas escenográficas que realzan un tema porque el festival europeo es también de la VISION y no solo del oído! (Ya lo dice el nombre)
- ¡Vivan los circos! Porque los payasos habitan en ellos y hacen sonreír y reír a los que están tristes y desanimados.
- ¡Viva lo barato! Porque no todo el mundo puede consumir las cosas caras, o a lo mejor ni siquiera quieren hacerlo…
- ¡Vivan las canciones de consumo rápido y los one-hit-wonder! Porque con ellas pasamos mejor el rato y nos hacen tomar perspectiva para decidir lo que consideramos realmente una obra de arte.
- ¡Y vivan canciones como la de Suecia 2017! Porque gracias a temas como ese, el salvador pudo ponerse el trofeo de sombrero al abrazarse con su hermana ya que los votantes europeos se dieron cuenta de que I can’t go on realza la brillantez de Amar pelos dois. Pero ojo, Salvador, no te olvides de Euphoria, ni de Waterloo, ni de ninguna de las seis canciones de fuegos artificiales que han ganado al igual que la tuya, y que han hecho de Suecia la potencia eurovisiva que es y que Portugal nunca será. Gracias.
En conclusión, larga vida a todos los géneros, estilos, canciones y propuestas que adornan nuestro amado festival, que ya son más de 1.500 con las que sumaremos este año, porque gracias a todas ellas se hace un evento más variado y rico que da pie a que más gente se interese por él y con ello nos aseguramos la longevidad de la competición musical por excelencia.
Para despedirme solo me queda recordaros que “Eurovision es música y la música es para disfrutar. Así que disfrutemos de Eurovision”… Usted también Sr. Sobral, que digo yo por algo habrá sido nuestro salvador…
Eurobesos para todos.
Firmado: Juan Manuel Jiménez Díaz
@juanmajd
*Todas las afirmaciones e ideas expresadas en este artículo de opinión pertenecen única y exclusivamente a su autor, y son totalmente ajenas a la Asociación OGAE Spain.