HISTORIA DE DOS CIUDADES

columna

¡Hola mis queridos eurolectores!

Por fin nos han comunicado el nombre de la ciudad que acogerá la sexagésimo segunda edición de nuestro amado Eurofestival. Y es que el cónclave traído y llevado por la EBU y la NTU ha durado más que la votación del 91 con el descentrado Toto Cotugno repitiendo fallidamente los puntos y una Gigliola Cinquetti que acabó en una banqueta debido a que los tacones la estaban matando mientras que el proceso de recogida de votos se convertía en la historia interminable.

Muchas fueron las ciudades de Ucrania que deseaban alzarse con el testigo de Estocolmo para recibir el concurso en sus dependencias, pero solo dos ciudades: Kiev y Odesa, llegaron a la batalla final tras la caída de Dnipro poco tiempo antes. Parece que el combate que han lidiado la capital ucraniana y la perla del mar negro durante la triste guerra que vive en la actualidad la ex república soviética, hiciera referencia a la novela de Dickens; en la que se compara la vida de tranquilo y apacible Londres frente a la rebelada y desesperada París en tiempos de la revolución francesa. No olvidemos que Kiev vive bastante alejada de una guerra que se está viviendo en el sureste del país y en la frontera con Rusia, donde Donestk o la península de Crimea con capital en Sebastopol son grandes bastiones de los independentistas ucranianos prorusos.

Se comenta que por un lado la cadena estatal de Ucrania, NTU, quería a toda costa celebrar en festival en la calmada ciudad Kiev, alejada del encuentro bélico. Sin duda es una zona menos peligrosa en los tiempos que corren. Seguramente pretendían esto porque así se aseguraban de dar a los eurofans y prensa desplazados sus mejores agasajos mientras esconden la realidad que se vive a cientos de kilómetros; sumándole a lo anterior la desmesurada ambición del actual y proeurovisivo alcalde de la capital, Vitali Klichkó, que fue el ejecutor del gong que abrió el televoto de Eurovision 2005, ex boxeador y revolucionario naranja amigo de Ruslana en el proceso de apoyo al antiguo Presidente del país Víktor Yúshchenko.

Así mismo, por otro lado se decía que la EBU tenía especial predilección por la costera ciudad de Odesa (el Benidorm eslavo) para que acogiera el certamen paneuropeo. A título personal, siendo una idea que me ronda la cabeza, he llegado a pensar que ese curioso interés quizá venga derivado de alguna que otra sugerencia de algún organismo superior (ONU, OTAN, etc…) de modo que la celebración de un evento de esa magnitud calmara las aguas y diera pie a una tregua entre ambas naciones. No olvidemos que la Unión Europea de Radiodifusión es un organismo internacional, y que aunque lo desconozcamos seguramente servirá de herramienta para fines secretos y objetivos superiores que van allá de la celebración de una comunión musical anual en el mes de mayo. De hecho, si lo pensáis, no sería descabellado tal planteamiento puesto que ya se hizo una vez… ¿Cuándo? Pues con su propio origen. Instante en el que el nacimiento del Grand Prix de la Chanson de l’Eurovision que readaptó Marcel Bezençon a mediados de los cincuenta vino derivado de la necesidad de reunificar una Europa destruida tras dos guerras mundiales en treinta años (además de muchos otros motivos que ahora no vienen al caso).

Con lo que podemos llegar a la conclusión de que ha debido ser muy meditada la elección de la sede del próximo año y ha habido que tomarse el tiempo necesario para medir todas las consecuencias de la decisión y el carácter estratégico del enclave. Más todavía con el rocambolesco final de las votaciones y el nuevo sistema instaurado en Estocolmo 2015. Así y solo así se hace comprensible que nos hayan mareado con el asunto más que si nos tocara ligárnosla a la gallinita ciega con los ojos vendados y recibiendo más vueltas que las que le metieron pa’l cuerpo a la georgiana Diana Gurstkaya tras cambiarle el traje en Belgrado 2008… Tanto que no vio venir que acabaría cantando de lado.

No es la primera vez que sucede algo parecido con la sede que alberga el festival. Habría tantos casos como ciudades lo han celebrado, pero para no extenderme en exceso os hablaré de los tres que considero más destacables.

El primer caso curioso fue el de La Haya 1980. Tras ganar Israel de segundas en Jerusalén y que nuestra amada Betty Missiego, la abuelita de los eurofans, acaba empinando el codo para superar la pérdida y creer que ella ganó Eurovision, dijeron que no tenían dinero para celebrar el certamen, que encima coincidía con el día con el Yom Hazikarom (Día del recuerdo a los caídos). Ya sabemos que cuando el festival coincide con dicha efemérides el país siempre deja el concurso en segundo plano. Después del rechazo de la IBA, la EBU se lo ofreció a la BBC británica que siempre ha sido la cadena comodín, pero en esta ocasión también mostraron su negativa a ejercer de anfitriones. Total, que finalmente la NOS neerlandesa fue la que asumió el encargo deprisa, corriendo y a última hora. Tan acelerado fue el proceso de organización que volvieron a la misma sede de 1976, el Nederlands Congresgebouw, y para el diseño del escenario se utilizaron los elementos del que habían organizado cuatro años antes con pequeñas variaciones que adaptarlo. Por no tener, no tenían ni una presentadora en condiciones que diera paso a las canciones. Así pues, cada país tuvo que llevar su presentador que hacía la introducción del intérprete y el tema que componían la candidatura. En el caso de España fue la comunicadora Mari Cruz Soriano, actual esposa del político maño Juan Alberto Belloch, que presentó a Trigo Limpio.

Otro caso muy particular fue el de Munich 1983. Pensad que la actual Alemania que conocemos estaba divida en dos repúblicas: la federal u occidental con capital en Bonn y la democrática u oriental con capital en Berlín. Posiblemente por eso se eligió Munich, dada la delicada sección que quedó tras el tratado de paz que puso fin a la segunda guerra mundial y que obligaba a elegir entre dos capitales para un único evento. Difícilmente se hubiera podido designar a una Berlín dividida en cuatro partes para franceses, británicos, norteamericanos y rusos con un muro que partía la ciudad en dos. Más todavía cuando el telón de acero y el Pacto de Varsovia hacían creer al pueblo comunista eslavo que el capitalismo occidental que quedaba bien reflejado en el festival de Eurovision era una abominación para la sociedad.

Curiosamente lo mismo ocurrió en 2011. Año en el que Düsseldorf ganó la batalla de nuevo a la capital Berlín. Así que podemos afirmar que Eurovision no ha pisado 3 capitales de los países que componían la clásica Europa occidental y fueron de los primeros en participar en el ESC: Berlín, Berna y Lisboa.

Curiosamente la capital de la que os voy a hablar ahora podría haber sido sumada a la lista anterior, pero una carambola del destino quiso que celebrara el evento musical una vez, como lo han hecho Madrid, París, Bruselas, Ámsterdam, Atenas y Helsinki. La ciudad en cuestión es Roma, que en 1991 acogió en los estudios de Cinecittá la trigésimo sexta edición del concurso in extremis. Una vez que Toto Cotugno había ganado en Zagreb cantando a la unidad europea, la RAI dejó claro a la EBU que querían que su ciudad musical por excelencia, Sanremo, fuera la sede de Eurovision en su humilde teatro Ariston. No había otra posibilidad para los cuadriculados o rancios italianos, a pesar de que en 1965 lo habían celebrado en Nápoles y sabiendo que Roma nunca había recibido el acontecimiento musical en su suelo patrio. Pero de nuevo el convulso y agitado panorama político y bélico del momento hizo que se dudara de la seguridad integral de las delegaciones participantes en un pequeño pueblo costero. Os recuerdo que en 1991 acaba de estallar la guerra de los Balcanes con Bosnia Herzegovina como centro neurálgico y belicoso. Además estaba en pleno desarrollo la guerra del Golfo Pérsico en la que Irak quería machacar a Kuwait. Todo ello hizo a la EBU plantearse si Sanremo era el lugar correcto y en la reunión de delegaciones a finales de marzo se decidió trasladar la sede a la capital italiana, en un mes tenían que realizar todo el trabajo que ahora se hace en cinco, así que se eligió un gran plató de cine para hacer el maravilloso y descabalado escenario dándole un toque excéntrico y kitsch con retales de grandes películas del cine; vamos, un apaño a la italiana. Eso sí, Sanremo tuvo su momento de reconocimiento al inicio de la ceremonia competitiva, durante el cual se presentó un breve video de la ciudad. Y aunque no tiene nada que ver con el tema en cuestión, no puedo obviar que vivimos un momento memorable que ha quedado para el recuerdo cuando salió una azafata con un ramo de flores para los presentadores y Toto Cotugno se dio un homenaje mirando el trasero a la joven cuando abandonaba el escenario. ¡Grande Toto! ¡Brava Gigliola! Aplaudiamolos.

A lo largo de sesenta y dos años, ¡que dan para mucho!, ha habido más problemas con las ciudades organizadoras que lo ya citados… Pasemos de puntillas por Ámsterdam 1970 tras el cuádruple empate el año anterior. El rechazo de Mónaco tras su victoria en 1971. El doblete de Luxemburgo en 1972 y 1973 que acabó llevando a Brighton el festival que ganó ABBA. La huelga de cámaras de la BBC que casi arruinan el festival de 1977. Las peculiares elecciones de Harrogate, Bergen y Millstreet en 1982, 1986 y 1993 respectivamente, o las dificultades de organización de los nuevos países cuando comenzaron a ganar a principio de los dos miles con las sedes de Tallín, Riga, Estambul y Kiev… por citar algunos. Pero esas son otras historias que serán rememoradas en otra entrega…

Así pues, mientras esperamos que nos confirmen las fechas de celebración y vemos como se sigue desarrollando el eurodrama ucraniano, os recuerdo que “Eurovision es música y la música es para disfrutar. Así que disfrutemos de Eurovision” sea donde sea.

Eurobesos para todos.

Firmado: Juan Manuel Jiménez Díaz

*Todas las afirmaciones e ideas expresadas en este artículo de opinión pertenecen única y exclusivamente a su autor, y son totalmente ajenas a la Asociación OGAE Spain.